7 Junio 2017
La experiencia fue única en mi último viaje a casa. El viaje en aquella avioneta de 10 pasajeros fue turbulento.
Debí haberme quedado dormida porque de repente, noté que el motor bajaba la velocidad; la avioneta parecía perder fuerza. El motor quedo demasiado silencioso, y el silencio era aterrador. No había nadie a mi lado a quien preguntar. Me llene de preocupación. Y pensé: “Señor, aquí vengo, abre las puertas del cielo”.
De repente, el avión se detuvo. Sin poder ver a mis alrededores, no tenía idea de que habíamos aterrizado. El cambio en el sonido del motor era porque ya estábamos en el suelo.
Por favor, hazme sentir bien y dime que tú también has hecho algo tonto así. Asumiste lo peor cuando en realidad era lo mejor.
Sin embargo, no debo sentirme tan mal. Los discípulos hicieron algo similar tal como se relata en Mateo 8:23-26.
Luego subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De repente, se levantó en el lago una tormenta tan fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús estaba dormido. Los discípulos fueron a despertarlo. ―¡Señor —gritaron—, sálvanos, que nos vamos a ahogar! ―Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tienen tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo.
Padre, perdóname cuando pierdo mi fe y tengo dudas de que estás en mi barco, presente durante mis tormentas. Concédeme sabiduría y convicción para saber que nunca estoy sola, para estar tranquila cuando los vientos de la decepción, de la angustia y el miedo soplan ferozmente a mi alrededor. Voy a contar con la seguridad de Su presencia en las tormentas de cualquier tamaño. En el nombre de Jesús, amen.
¿Cuales tormentas estas enfrentando hoy día? ¿Quién está en tu barco?
Janet