2 Agosto 2017
Oramos, pedimos y rogamos, pero aún no hay respuesta. ¿Te has preguntado alguna vez, “¿Está Dios allí? Si Él está allí, ¿por qué no responde mi oración? ¿Hasta cuándo, Señor?”
No estamos solos; los Israelitas se unen a nosotros en esa queja.
El faraón iba acercándose. Cuando los Israelitas se fijaron y vieron a los Egipcios pisándoles los talones, sintieron mucho miedo y clamaron al Señor. Entonces le reclamaron a Moisés:
―¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros? ¿Para qué nos sacaste de Egipto? Ya en Egipto te decíamos: “¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los Egipcios!” ¡Mejor nos hubiera sido servir a los Egipcios que morir en el desierto!
―No tengan miedo —les respondió Moisés—. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos Egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes. (Éxodo 14:10-14)
¿Alguna vez te has quejado así? Yo lo he hecho. Y eso es porque estamos profundamente en nuestras propias luchas. Terminamos aterrorizados como los Israelitas. Nos quejamos en el desierto de frustración. Y mientras caminamos a través de la tierra seca del conflicto, de la incertidumbre y el nerviosismo, buscamos desesperadamente la respuesta de Dios, un camino claro, una solución; buscamos ser rescatados ahora.
Pero nadie está allí. Y tenemos a nuestros propios Egipcios llamados estrés y ansiedad que nos persiguen, amenazando con arruinar nuestro día.
Pero si Moisés estuviera vivo hoy, él podría enviar un mensaje a todos nosotros, “No te preocupes, Dios peleará tus batallas. Su respuesta ya está aquí. Sólo tienes que estar quieta.”
Eso es porque en la quietud de Su presencia es que Su paz puede llenar nuestras noches. En el silencio de nuestro corazón es cuando Su susurro cruza. Y en la quietud del momento es cuando vemos que Sus promesas cobran vida.
Padre, calma mi corazón, susurra tu respuesta a mi anhelo. Silencie las distracciones para que pueda ver su respuesta a mi oración. En el nombre de Jesús. Amén.
¿Puedes decirme, en medio de tu vida agitada, qué te impide permanecer quieta lo suficiente para escuchar Su respuesta?
Janet
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